Vámonos entendiendo
 

Una cierta mañana en la ciudad de Pátzcuaro, Michoacán, don Aurelio Salas, el dueño de una de las posadas más populares del lugar, mandó llamar a su ayudante para darle algunas instrucciones:

Aurelio:

Genaro, ahorita que no tenemos muchos huéspedes, quiero aprovechar para que me hagas unos mandados:

Te vas a la escuela de mi hijo para que pagues lo del desayuno, te tienen que dar un recibo.

Luego pasas a mi casa, le entregas a mi esposa el recibo que te den y le pides el costal con las sábanas limpias que dejé sobre la mesa.

De ahí te vas al mercado y compras una caja de jabones para baño y una bolsa de pinzas para la ropa, por ahí pasas al puesto de mi hijo y le dices que pase por mí a la hora de la comida.

De regreso, pasas con doña Susana, y le dices que, por favor, el atún lo deje para la comida de mañana.

No te tardes mucho, porque quiero que me ayudes a fumigar los cuartos vacíos.

Genaro: ¡Muy bien, don Aurelio! Ahorita vengo.

A mediodía, Genaro llegó de regreso cargando el costal con las sábanas, la caja de jabones y la bolsa de pinzas

Genaro: ¡Ya llegué don Aurelio! Aquí tiene su cambio; me dijo su hijo Carlos que viene por usted hasta las 3:00 de la tarde; su esposa dice que no olvide que en la noche van a cenar con sus compadres; y doña Susana le pregunta si van a repetir el atún dos días seguidos.
Aurelio: ¡Nooo! ¡Cómo que repetir!
Genaro: ¿No me dijo usted que le dijera que hiciera atún también para mañana?
Aurelio: ¡Nooo!, ¡que el atún de hoy lo dejara para mañana!