Decir que el exceso de ingestión
de energía conduce a la obesidad puede parecer una
verdad de Perogrullo. Sin embargo, determinar cuándo
es excesiva la ingestión suele ser difícil hasta
para los expertos en nutrición. Para detectarla se
puede recurrir a la báscula, a la cinta métrica
o a la imagen que refleja el espejo, pero quizás para
entonces ya se haya acumulado demasiada grasa en el tejido
adiposo.
Habitualmente la cantidad de
alimentos que se consume está determinada por los hábitos
de alimentación, los cuales se van modulando a lo largo
de la vida. Por eso es importante señalar algunas de
las características de los hábitos adquiridos
en cada etapa de la vida.
Es justamente lo que haremos
a continuación.
Infancia
La formación de los hábitos alimenticios
se inicia desde el nacimiento. El recién nacido no
es capaz de sobrevivir sin que alguien le proporcione alimento,
pero cuenta con una serie de habilidades que le permiten interactuar
con la comida y con quien se lo proporciona.
El niño puede oler,
gustar, sentir ver y oír, además de aprender,
todo lo cual permite que vaya formándose su actitud
hacia el alimento y lo que se le relaciona.
Para el bebé es una
fuente de satisfacción primaria, en cuanto que satisface
sus necesidades nutricias a la vez que le ofrece estímulos
sensoriales relacionados con el olor, el sabor y la textura
de los alimentos.
Las madres saben que el niño
que es alimentado en un ambiente de tranquilidad, de relajación,
sin prisa ni ansiedad, tiende a quedar saciado y satisfecho
más pronto y a dormir con mayor tranquilidad.
Por el contrario el niño
que es alimentado con prisa o por una madre angustiada o alterada,
se muestra irritable, inquieto y parece no saciarse con el
alimento que se le da.
La madre no debe seguir un
horario estricto para alimentar a su hijo sino que debe responder
a las demandas cada vez más específicas del
niño. De esta manera el pequeño aprenderá
a comer en función de su hambre y no en relación
a su horario.
Edad adulta
Para el adulto la comida adquiere significados complejos.
Aunque la alimentación siga teniendo importancia como
medio para satisfacer una necesidad primaria. Se le usa también
como factor predisponente o motivante, como símbolo
de status, como arma de manipulación o como motivo
político. A lo largo de la historia en casi todas las
sociedades -desde las primitivas hasta las más desarrolladas-
una característica distintiva de las celebraciones
sociales ha sido -y es- compartir alimento, ya sea que se
trate de bodas, aniversarios, velorios, rituales religiosos,
desayunos políticos, de negocios u otras formas de
convivencia social.
Los hombres y las mujeres que
viven en zonas urbanas tienen mayores probabilidades de desarrollar
obesidad por un efecto combinado de exceso de ingestión
energética y la falta de ejercicio. La ingestión
de dietas desequilibradas, hiperenergéticas, y la abundancia
de bocadillos, así como el consumo habitual de alcohol
aunados a la falta de ejercicio que implica el uso de elevadores,
los traslados en automóvil, el goce de aparatos que
facilitan el trabajo doméstico o de oficina, favorecen
al desbalance energético que deriva en la obesidad.
Si además se considera que existen creencias erróneas,
pero populares, acerca que la vida estable del matrimonio,
el hecho de tener hijos y el avance de la edad implican como
regla un aumento gradual de peso, se entenderá por
qué prevalece también la creencia táctica
de que la obesidad es un estado normal del adulto contra el
que poco o nada se puede hacer. Muy pocas personas se percatan
de que son los hábitos alimenticios formados en la
infancia y en la adolescencia los que proporcionan el aumento
gradual de peso.
Adolescencia
Los hábitos de alimentación adquiridos en
la infancia se suelen conservar hasta la edad adulta. Sin
embargo, durante la adolescencia es natural que los muchachos
establezcan un contacto más cercano con sus amigos
y se alejen de sus padres. Muchos de los principios, ideas,
costumbres, creencias y hábitos son cuestionados en
esta etapa y confrontados con otros en busca de una identidad
propia.
Los hábitos de alimentación
sufren también algunas modificaciones. Como se trata
de una etapa de cuestionamiento, de rompimiento con lo establecido,
es común que los adolescentes desdeñen los alimentos
que han sido considerados como buenos por la familia, sólo
por el hecho de sentir que pueden decidir lo que comen. Además,
a esa edad se adquiere mayor independencia y pueden hacerse
algunas comidas en la calle, lo que facilita más la
propia decisión de qué comer.
"Tanto en niños
como en adultos obesos, el alimento puede funcionar como un
instrumento de presión social"
Como la adolescencia es una
etapa de cambios decisivos, tanto desde el punto de vista
biológico como en los aspectos familiares y sociales,
la psicología de este grupo de individuos se torna
muy peculiar. Aparecen conflictos de identidad, de valores,
de autoridad, matizados por sentimientos de soledad, de incomprensión
y de vulnerabilidad. Con un estado de ánimo como éste,
el adolescente busca refugios. Para algunos, el deporte constituye
una ayuda y una guía integral que les orienta en aspectos
de ejercicio físico y de alimentación. Para
otros, que aprendieron que el llanto y la angustia se calman
con una galleta.
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