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Llegaron
ya avanzada la tarde a casa del doctor, quien después
de palpar el sitio dolorido, declaró:
- Es necesario operar inmediatamente.
Tengo que abrirle el vientre para sacarle parte del intestino
que está infectado y que le provocará la muerte
antes de doce horas si no la opero. ¿Cuánto
puedes pagarme, chamulita?
- ¡Dieciocho pesos,
patroncito doctorcito!
- Pero no te das cuenta de
que solamente el algodón, el alcohol y la gasa yodoformada
me cuestan más de los dieciocho pesos? Sin contar el
cloroformo, que costará otros diez pesos por lo bajo.
- ¡Pero por el amor
de Dios, doctorcito, jefecito, yo no puedo dejar a mi mujer
sufrir como a un perro!
- Óyeme, chamulita:
si Dios Nuestro Señor pagara mi renta atrasada, mi
recibo de luz, las deudas que tengo en la tienda, la carnicería,
la panadería y la sastrería, entonces sí,
podría operar a tu mujer por el amor de Dios. Pero
has de saber, chamulita, que yo tengo más confianza
en la platita y las buenas garantías que puedas darme
que el amor de Dios, Nuestro Señor. Él se ocupará
de muchas cosas, menos de un pobre médico plagado de
deudas. Estas deudas me las he echado encima para estudiar,
y si no he podido pagarlas es porque aquí hay muchos
médicos y pocos enfermos con alguna plata.
- ¡Pero, doctorcito,
si usted no opera a mi mujer se va a morir!
-
Y si yo opero gratuitamente me moriré de hambre chamulita.
Todo lo que puedo decirte es que una operación como
ésta cuesta trescientos pesos. Sólo para demostrarte
que no soy un malvado capaz de dejar morir a alguien, aun
cuando sea la mujer de un indio ignorante, procuraré
ayudarte: te cobraré nada más que doscientos
pesos. Es un precio escandaloso y me expongo a que me echen
de la sociedad (de médicos) por bajar tanto la tarifa.
Así, pues, te cobraré solamente doscientos pesos;
pero es necesario que me traigas el dinero a más tardar
dentro de tres horas, pues de otro modo la operación
sería inútil. No voy a decirte cosas bonitas
ni a hacer una operación por amor al arte. Si tomo
tu dinero te daré en cambio mi trabajo y devolveré
la salud a tu mujer. Si no sale bien de la operación
no te cobraré. Esto es lo más que puedo hacer.
Tú no regalas ni tu maíz, ni tu algodón,
ni tus puercos, ¿verdad? Entonces, ¿por qué
quieres que yo te regale mi trabajo y mis medicamentos?
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Bruno Traven, La rebelión de los colgados,
Cuadernos mexicanos, SEP/Conasupo, México, 1995.
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