La rebelión de los colgados2
          Bruno Traven
 

Llegaron ya avanzada la tarde a casa del doctor, quien después de palpar el sitio dolorido, declaró:

- Es necesario operar inmediatamente. Tengo que abrirle el vientre para sacarle parte del intestino que está infectado y que le provocará la muerte antes de doce horas si no la opero. ¿Cuánto puedes pagarme, chamulita?

- ¡Dieciocho pesos, patroncito doctorcito!

- Pero no te das cuenta de que solamente el algodón, el alcohol y la gasa yodoformada me cuestan más de los dieciocho pesos? Sin contar el cloroformo, que costará otros diez pesos por lo bajo.

- ¡Pero por el amor de Dios, doctorcito, jefecito, yo no puedo dejar a mi mujer sufrir como a un perro!

- Óyeme, chamulita: si Dios Nuestro Señor pagara mi renta atrasada, mi recibo de luz, las deudas que tengo en la tienda, la carnicería, la panadería y la sastrería, entonces sí, podría operar a tu mujer por el amor de Dios. Pero has de saber, chamulita, que yo tengo más confianza en la platita y las buenas garantías que puedas darme que el amor de Dios, Nuestro Señor. Él se ocupará de muchas cosas, menos de un pobre médico plagado de deudas. Estas deudas me las he echado encima para estudiar, y si no he podido pagarlas es porque aquí hay muchos médicos y pocos enfermos con alguna plata.

- ¡Pero, doctorcito, si usted no opera a mi mujer se va a morir!

- Y si yo opero gratuitamente me moriré de hambre chamulita. Todo lo que puedo decirte es que una operación como ésta cuesta trescientos pesos. Sólo para demostrarte que no soy un malvado capaz de dejar morir a alguien, aun cuando sea la mujer de un indio ignorante, procuraré ayudarte: te cobraré nada más que doscientos pesos. Es un precio escandaloso y me expongo a que me echen de la sociedad (de médicos) por bajar tanto la tarifa. Así, pues, te cobraré solamente doscientos pesos; pero es necesario que me traigas el dinero a más tardar dentro de tres horas, pues de otro modo la operación sería inútil. No voy a decirte cosas bonitas ni a hacer una operación por amor al arte. Si tomo tu dinero te daré en cambio mi trabajo y devolveré la salud a tu mujer. Si no sale bien de la operación no te cobraré. Esto es lo más que puedo hacer. Tú no regalas ni tu maíz, ni tu algodón, ni tus puercos, ¿verdad? Entonces, ¿por qué quieres que yo te regale mi trabajo y mis medicamentos?

2 Bruno Traven, La rebelión de los colgados,
Cuadernos mexicanos, SEP/Conasupo, México, 1995.