-Me
voy lejos, padre; por eso vengo a darle el aviso.
- ¿Y pa
onde te vas, si se puede saber?
- Me voy pal Norte.
- ¿Y allá pos
pa qué? ¿No tienes aquí tu negocio? ¿No
estás metido en la merca de puercos?
- Estaba. Ora ya no. No deja.
La semana pasada no conseguimos pa comer y en la antepasada
cominos puros quelites. Hay hambre, padre; usté ni
se las huele por que vive bien.
- ¿Qué estás
ahi diciendo?
- Pos que hay hambre. Usté
no lo siente. Usté vende sus cuetes y sus saltapericos
y la pólvora y con eso la va pasando. Mientras haiga
funciones, le lloverá el dinero; pero uno no, padre.
Ya naide cría puercos en este tiempo. Y si los cría
pos se los come. Y si los vende, los vende caros. Y no hay
dinero para mercarlos, demás de esto. Se acabó
el negocio, padre.
- Y ¿qué diablos
vas a hacer al Norte?
- Pos a ganar dinero. Ya ve
usté, el Carmelo volvió rico, trajo hasta un
gramófono y cobra la música a cinco centavos.
De a parejo, desde un danzón hasta la Anderson esa
que canta canciones tristes; de a todo, por igual, y gana
su buen dinerito y hasta hacen cola pa oír. Así
que usté ve; no hay más que ir y volver. Por
eso me voy.
- ¿Y onde vas a guardar
a tu mujer con lo muchachos?
- Pos por eso vengo a darle
aviso, pa que usté se encargue de ellos.
- ¿Y quién crees
que soy yo, tu pilmama? Si te vas, pos ahi que Dios se las
ajuarié con ellos. Yo ya no estoy para criar muchachos;
con haberte criado a ti y a tu hermana, que en paz descanse,
con eso tuve de sobra. De hoy en delante no quiero tener compromisos.
Y como dice el dicho: "Si la campana no repica es porque
no tiene badajo".
- No hallo qué decir,
padre, hasta lo desconozco. ¿Qué me gané
con que usté me criara?, puros trabajos. Nomás
me trajo al mundo al averíguatelas como puedas. Ni
siquiera me enseñó el oficio de cuetero, como
pa que no le fuera a hacer a usté la competencia. Me
puso unos calzones y una camisa y me echó a los caminos
pa que aprendiera a vivir por mi cuenta y ya casi me echaba
de su casa con una mano adelante y otra atrás. Mire
usté, éste es el resultado: nos estamos muriendo
de hambre. La nuera y los nietos y éste su hijo, como
quien dice toda su descendencia, estamos ya por parar las
patas y caernos bien muertos. Y el coraje que da es que es
de hambre. ¿Usté cree que eso es legal y justo?
- Y a mí qué
diablos me va o me viene. ¿Pa qué te casaste?
Te fuiste de la casa y ni siquiera me pediste el permiso.
- Eso lo hice porque a usté
nunca le pareció buena la Tránsito. Me la malorió
siempre que se la truje y, recuérdeselo, ni siquiera
voltió a verla la primera vez que vino: "Mire,
papá, ésta es la muchachita con la que me voy
a coyuntar". Usté se soltó hablando en
verso y que dizque la conocía de íntimo, como
si ella fuera una mujer de la calle. Y dijo una bola de cosas
que ni yo se las entendí. Por eso ni se la volví
a traer. Así que por eso no me debe usté guardar
rencor. Ora sólo quiero que me la cuide, porque me
voy en serio. Aquí no hay ya ni qué hacer, ni
de qué modo buscarle.
- Ésos son rumores.
Trabajando se come y comiendo se vive. Apréndete mi
sabiduría. Yo estoy viejo y ni me quejo. De muchacho
ya ni se diga; tenía hasta pa conseguir mujeres de
a rato. El trabajo da pa todo y contimás pa las urgencias
del cuerpo. Lo que pasa es que eres tonto. Y no me digas que
eso yo te lo enseñé.
- Pero usté me nació.
Y usté tenía que haberme encaminado, no nomás
soltarme como caballo entre las milpas.
-
Ya estabas bien largo cuando te fuiste. ¿O a poco querías
que te mantuviera pa siempre? Sólo las lagartijas buscan
la misma covacha hasta cuando mueren. Di que te fue bien y
que conociste mujer y que tuviste hijos; otros ni siquiera
eso han tenido en su vida; han pasado como las aguas de los
ríos, sin comerse ni beberse.
- Ni siquiera me enseñó
usté a hacer versos, ya que los sabía. Aunque
sea con eso hubiera ganado algo divirtiendo a la gente como
usté hace. Y el día que se lo pedí me
dijo: "Anda a mercar güevos, eso deja más".
Y en un principio me volví güevero y aluego gallinero
y después merqué puercos y, hasta eso, no me
iba mal, si se puede decir. Pero el dinero se acaba; vienen
los hijos y se lo sorben como agua y no queda nada después
pal negocio y naide quiere fiar. Ya le digo, la semana pasada
comimos quelites, y ésta, pos ni eso. Por eso me voy.
Y me voy entristecido, padre, aunque usté no lo quiera
creer, porque yo quiero a mis muchachos, no como usté
que nomás los crió y los corrió.
- Apréndete esto hijo:
en el nidal nuevo, hay que dejar un güevo. Cuando te
aletie la vejez aprenderás a vivir, sabrás que
los hijos se te van, que no te agradecen nada; que se comen
hasta tu recuerdo.
- Eso es puro verso.
- Lo será , pero es
la verdá.
- Yo de usté no me
he olvidado, como usté ve.
-
Me vienes a buscar en la necesidá. Si estuvieras tranquilo
te olvidarías de mí. Desde que tu madre murió
me sentí solo; cuando murió tu hermana, más
solo; cuando tú te fuiste vi que estaba ya solo pa
siempre. Ora vienes y me quieres remover el sentimiento; pero
no sabes que es más dificultoso resucitar un muerto
que dar la vida de nuevo. Aprende algo. Andar por los caminos
enseña mucho. Restriégate con tu propio estropajo,
eso es lo que has de hacer.
- ¿Entonces no me los
cuidará?
- Ahi déjalos, nadie
se muere de hambre.
- Dígame si me guarda
el encargo, no quiero irme sin estar seguro.
- ¿Cuántos son?
- Pos nomás tres niños
y dos niñas y la nuera que está rejoven.
- Rejodida, dirás.
- Yo fui su primer marido.
Era nueva. Es buena. Quiérala padre.
- ¿Y cuándo
volverás?
- Pronto, padre. Nomás
arrejunto el dinero y me regreso. Le pagaré al doble
lo que usté haga por ellos. Déles de comer,
es todo lo que le encomiendo.
1
Juan Rulfo, "Paso del Norte",
en Antología Personal,
Biblioteca Era, México, 1994, pp.81-84.
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